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EL NUEVO M.E.G.
“Los bolígrafos de colores han bailado con los lápices trazando en el papel una malla donde las formas surgen con la misma libertad de esos juegos que la mano dibuja a la deriva, pero también con la sugestión de ciertas marañas por las cuales circula el hilo de las emociones. El pintor no parece buscar las imágenes que obtiene, sino que ellas nacen aparentemente solas, imponiéndosele poco a poco, llevadas por el flujo muscular que desde el brazo se extiende a las líneas ramificadas sobre el papel, como si el cuerpo del artista mantuviera con su obra la continuidad de un follaje.
"Los grandes pintores - había dicho Víctor, que también era pintor - poseen una cuota de azar en su talento, pero siempre hay talento en ese azar". Con este epigrama, Hugo quiso decir que ciertos individuos tienen la posibilidad de gestar imágenes sin que la conciencia ejerza en ellas más que un mínimo control, como si las produjera una ráfaga de libres asociaciones en la cual se traslucen los semblantes del mundo interior y exterior. Porque se sabe que la fuerza del pulso toma direcciones imponderables y que su rumbo puede ser involuntario, aunque en el caso de Espínola Gómez dispone del auxilio de un colosal entrenamiento gracias al cual se nota que los bolígrafos tienen su brújula para emprender el viaje a través del papel. En la caligrafía del pintor, ese movimiento tiene un sello inconfundible: es el trazo pendular, amplio e imperioso que incluso está presente en la energía de su firma, igual que una constancia visual de identidad.
Las formas de Espínola Gómez pueden insinuar una germinación, pueden alargar esa espesura botánica como si fueran troncos o abrirse como tallos, pueden volverse opulentas y carnales, sombreadas de genitalidad, aunque también pueden ser atormentadas por espinazos que las atraviesan, tornillos que se clavan o tajos que las parten. Esos organismos y articulaciones que el ojo descubre, son indicios colocados por el pintor como si manipulara los significados de un texto codificado, entreabriendo las hojas para que pueda intentarse la lectura y se permita al interesado asomar por esa rendija hacia el fondo de las cosas.
Espínola Gómez había culminado un largo ciclo pictórico hace veinte años, con sus series de las mojigangas y las escaleras, entre las cuales se ubicó solitariamente el retrato de Bolívar. Más tarde llegaría a planificar una hilera de obras de gran porte, que sin embargo no realizó, mientras el paso de los años y algunas rutinas inalterables de su vida, permitían suponer que aquel período de fecundidad había concluido. La nueva etapa desmiente esa presunción y demuestra que la tregua de los últimos tiempos no fue el epílogo de una actividad sino el trance de una incubación. Como resultado visible de ese proceso, estas obras sorprenden por el impulso eruptivo y la impaciente dinámica que trasmiten, dando la sensación de que el vigor del artista se hubiera reprimido físicamente para lanzar por último estas redes donde pueden pescarse sensualidades elípticas, una ilesa vitalidad imaginativa, nuevos entusiasmos y referencias sesgadas a la realidad. Allí el pintor coloca pistas para que las descifre un contemplador atento, mientras él se enmascara detrás del antifaz de las líneas, complaciéndose en el goce infranqueable de su intimidad…”
Jorge Abbondanza. Fragmento del texto para la Exposición “20 Años Después”. Manuel Espínola Gómez, 2000, Galería Latina, Montevideo
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